19 de octubre de 2014

Derecha, frente, izquierda...



"¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.".

- Calderon de la Barca- 

 

Tengo muchos sueños. Sueños estúpidos que no ofrecen más satisfacción que llenarme la cara con una amplia sonrisa. Sueño con ir disfrazada de Harry Potter a una cetrería en una feria medieval y pedir una lechuza mensajera. Sueño con disfrazarme de Wally. Sueño con caminar sobre lava recién enfriada de un volcán. Sueño con entrar en un palacio Disney. Y sueño con perderme. Pero no con perderme de cualquier modo: sueño con perderme en un laberinto hecho con matorrales y pasarme rato y rato dando vueltas tratando de encontrar la salida. Aunque ¿sabeis qué? ese sueño ya se ha cumplido. Por supuesto, eso no va impedirme que siga buscando nuevos laberintos más grandes y más dificiles, pero es algo que ya puedo borrar de mi "bucket list".

 

Todo ocurrió hace unas semanas. Con motivo de una boda habíamos viajado al sur de Londres y dado que íbamos a pasar varios días allí, me recomendaron que visitase Hampton Court y, tras buscar información sobre que diantres era eso y descubrir que había un laberinto, decidí que, a pesar del precio, valía la pena. Y no me equivoqué. Por supuesto, al igual que ocurre con un plato de comida dejé lo mejor, el laberinto, para el final empezando mi visita por las cocinas de Enrique VIII, y continuando por sus estancias y las de sus sucesores, sin olvidar la cocina para hacer chocolate. 


 La vistita, que pretendía ser de unas dos horas, acabó durando seis debido a lo absorta que me encontraba viendo entradas secretas a estancias a través de tapices, la versión del lugar para el juego de la oca, prototipos de trajes de época y comi en en la cocina de Isabel I un suculento pastel de carne con puré de guisantes (más inglés imposible). Y cuando ya estaba con el cerebro a punto de explotar debido a las toneladas de información que había escuchado con la audioguía me dirijí a los jardines y...¡al laberinto!

 

¡Alli estaba yo! Con mi super GPS interno que nunca me falla lista para enfrentarme a muros de setos y caminos sin salida. Empecé a caminar y a decidir en cada bifurcación que dirección tomar sin ningún otro criterio más que el de  ¡que emoción! escojo....esteeee". Mi grandioso GPS me permitía sentirme ubicada en todo momento dentro del laberinto sabiendo en que dirección estaba la entrada, donde estaba el palacio, y hacia dónde estaba la salida. Es más, tarde poco mas de 3 minutos en encontrar dónde estaba el centro del laberinto. Podía verlo sin problema a través del seto que quedaba a mi derecha. Y luego a través del que tenía a mi izquierda. Y depués a través del que tenía enfrente. Y de nuevo a mi derecha, frente, izquierda, derecha,izquierda, frente,derecha, izquierda.....¡¡¡pero que demonios!!! Si está ahí ¿como es que no consigo llegar nunca?.

-Perdona....¿sabes donde está el centro?.

Esa pregunta en medio de un cruce hizo que me preocupase pues al girar la cabeza me encontré con una mujer octogenaria tirando de la mano de su marido y mirándome con cara de desesperación. Sinceramente creo que entraron joven y llevaban años atrapados ahí sobreviviendo de la comida que los turistas les daban, pero lo que más me inquietó fue que yo, que nunca me pierdo, solo pude decirles "si esta tras este seto pero no he conseguido llegar aun". Tras esa premonición de lo que podía ser mi futuro, me dije "Belén, esto esta dejando de tener gracia. Centrate y fíjate por donde vas." Dicho y hecho, me centré, me fijé y cinco minutos después seguía viendo el centro pero no llegaba a el. Sinceramente, no sé cuanto tiempo estuve perdida antes de encontrar el centro y la salida, pero lo que si que puedo aseguraros es que durante todo ese periodo no deje de reir ni un solo momento.

 









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